El Domingo 11 de Mayo, estuvimos con Ariel en el Parque Rivadavia. Algunos chicos pintaron monitos con crayones y lápices. Otros llenaron el arbolito de hojas y luego colgaron los monos. Despue de las fotos pueden leer el cuento...
El vendedor de gorrasCuento folclórico europeo
adaptación de Elsa Bornemann
Había una vez un vendedor de gorras.
Vendía gorras verdes, marrones, azules y rojas.
¡Y las llevaba sobre la cabeza! Primero se ponía su
propia gorra rayada; encima de ésta, apilaba las
cinco gorras verdes; después, las cinco marrones;
más arriba, las cinco azules y arriba de todo,
las cinco gorras rojas.
Un día, el vendedor se sintió cansado y triste
porque no había vendido ni siquiera una gorra: ni una
verde, ni una marrón, ni una azul, ni una roja.
Entonces, abandonó el pueblo en donde nadie
necesitaba sus gorras y caminó y caminó hasta que
llegó al campo. Allí encontró un gran árbol y se sentó
a la sombra. Se sacó las gorras y las contó. Las tenía
todas: la suya, rayada; las verdes, las marrones, las
azules y las rojas. Pero como no había vendido
ninguna, no tenía dinero para comprar comida.
Paciencia -pensó, mientras volvía a ponérselas-.
Venderé alguna esta tarde. -Y se quedó dormido.
Se despertó sintiéndose mucho mejor y enseguida
levantó un brazo para tocar la pila de gorras. ¡Pero sólo le
quedaba una! ¡Sólo su gorra rayada!
Se levantó de un salto y empezó a buscarlas. Pero no
aparecía ni una gorra verde, ni una marrón, ni una azul,
ni una roja...
Miró entonces hacia la copa del árbol... ¡y allí estaban
todas sus gorras! ¡Cada una puesta en la cabeza de un
mono!
-¡Monos ladrones! -gritó el vendedor.
-¡Devuélvanme mis gorras! Los monos no le
contestaron nada.
-¡Eh! ¿Me oyen? ¡Devuélvanme mis gorras! -gritó
entonces el vendedor, amenazándolos con el puño.
Los monos le mostraron entonces sus puños, pero
no le devolvieron las gorras. Enojado, el vendedor
pegó una patada en el suelo y exclamó:
-¡No me hagan burla, monos feos!
Todos los monos pegaron una patada sobre las
ramas y le dieron la espalda.
Desesperado, el vendedor se quitó entonces su
gorra rayada y la arrojó sobre el suelo mientras les
decía: -¡Aquí tienen otra más, ladrones!
Ya se marchaba cuando vio que los monitos se
sacaban las gorras y las tiraban al suelo, tal como él
había hecho. En un segundo, todas sus gorras estaban
sobre el pasto.
Entonces el vendedor se apuró a recogerlas y a
colocarlas otra vez sobre su cabeza: primero, se puso la
gorra rayada; encima de ésta, las verdes; después, las
marrones; más arriba, las azules y, arriba de todo, las
rojas.
Y silbando contento se puso en marcha rumbo a otro
pueblo, para venderlas y poder comprar su comida.